Por Joaquín Quiroz Cervantes
Ahora que el dinero se fiscaliza y el gobierno federal acabó con los fideicomisos opacos, se desgarra las vestiduras clamando transparencia. Ironías de la vida
Huele a hipocresía rancia en la Riviera Maya, específicamente en Tulum. Mientras la gobernadora Mara Lezama despliega barreras marinas, enlistando once barcos de la Marina y 22 lanchas para frenar la marea café que acecha nuestras playas, un viejo conocido se sube al ladrillo y se marea.
Se llama David Ortíz Mena y presume mil disfraces: empresario cuando conviene, ambientalista de selfie, panista encubierto, “cuatroteísta” de ocasión, socio de Carlos Joaquín y comparsa de Jorge Portilla. Cualquier uniforme ideológico le queda, siempre que venga con fuero, fideicomiso o franquicia de poder.
Esta semana amaneció “opinólogo” con megáfono propio y dicta cátedra sobre sargazo y Visitax. Curioso: cuando la bolsa común era un club de Toby que repartía cheques a hoteleros VIP, nunca lo vimos protestar. Ahora que el dinero se fiscaliza y el gobierno federal acabó con los fideicomisos opacos, se desgarra las vestiduras clamando transparencia. Ironías de la vida.